05/04/2019 | News

Esto se me ocurre al contemplar la obra de Lee Jin Woo (Seúl, 1959), cuyo proceso creativo revela una relación entre el pensar y la expresión sensible a la que éste da lugar mediante un lenguaje propio y personal, concebido en tanto que sistema de comunicación que se reproduce expansivamente del yo a todo lo que está fuera de mí. El artista parece abordar la revelación de la que ciertas formas sensibles pueden ser portadoras, cuando se producen entendiendo la creación asociada a la práctica artística de una poiesis que pone en valor la intencionalidad subyacente en las categorías estéticas correspondientes. Antes de proceder a la transición de lo que es inmaterial a la materialidad que caracteriza las formas sensibles se impone para él una reflexión, que acumula imágenes a la deriva a la vez que las selecciona antes de convertirlas en figuras del lenguaje.

Lee Jin Woo se posiciona en un antes de que nada exista, esta nada que él explora remontándose hasta sus orígenes, poniendo en práctica la creación como un decir antes del decir, para acceder a este vacío en el que el artista se sitúa para un hacer sin estar condicionado por lo superfluo de la inmediatez. De acuerdo con lo que nos da a ver, no se puede simplemente mirar, hay que dejarse invadir por las formas que contienen en sí mismas su propio referente y contemplar estas superficies porosas, casi volcánicas, como producto de antiguas erupciones de lava a altas temperaturas, habitadas por una vegetación que el tiempo y la intemperie han mineralizado. A causa de su envejecimiento forzoso, las densas irregularidades del terreno nos obligan a detener el tiempo para poder penetrarlas y atravesarlas hasta llegar al lugar donde se encuentra este principio del ser. Así, la concentración previa de materia por parte del artista, sobre un papel que hace las veces de muro separador entre lo real y lo que todavía no alcanza a ser, se propone como el principio de un mundo y de un haber que no se conoce hasta que adopta forma.

Es por esto que sus obras son paisajes originarios, pero también paisajes que se anticipan al fin del mundo, como si su autor se identificara con un arqueólogo del tiempo, del principio al fin de la existencia, capaz de inferir de imágenes oníricas de lo que hubo antes de la formación de la materia y lo que queda después de millones de años tras su desgaste y consecuente destrucción. La representación de estas figuras se plantea sobre la base de un hacer que interviene a modo de iniciación para emprender la formación física del mundo. La representación del vacío se intuye en el proceso que el artista reproduce empezando por el soporte, que en este caso es el papel Hanji, típicamente coreano, cuya resistencia él pone a prueba sumando capas hasta conseguir una superficie que puede soportar las inclemencias de un tiempo hostil y la adversidad al borde del abismo. Sobre estas superficies que endurece impregnándolas de carbón una y otra vez deja que el vacío se dé forma a sí mismo sin desvincularse de la fuerza del tiempo, como revela el paso de las estaciones en el imaginario que procesa su misma actitud ante lo que dota de existencia. Con un cepillo metálico, en sustitución del pincel, repasa hasta la extenuación cada capa de carbón sobre el bloque de papel previamente prensado, y la compacta para dar una impenetrable opacidad a la superficie resultante. Las alteraciones en los relieves que alcanzan a crearse, como si éstos surgieran por sí mismos, se prestan a la creación de paisajes oscuros que recuerdan bosques quemados y la belleza de lo siniestro en el doble sentido que invoca su mención. La soledad y la muerte. Transportados a este no-lugar, sentimos el rechazo y la atracción que simultáneamente se experimenta ante el umbral donde se unen lo bello y su negación, fomentando el relativismo de las categorías estéticas que no pueden dejar de relacionarse pese a su oposición aparente, por no existir separadamente.

Fin del mundo entendido como un principio, en tanto que posibilidad de un llegar a ser: el artista imagina la oscuridad del origen identificándola con un no ser, la nada y su representación sensible para facilitar su percepción. Estos paisajes casi monócromos, a veces borrosos y erosionados, son formas del vacío que el artista deposita sobre una superficie ausente hasta que él la produce para hacerlas visibles, aunque esto parezca una contradicción en sí misma, en tanto en cuanto aquél es irrepresentable como el infinito o como la belleza. Venimos de la Nada y vamos a la Nada. La relación entre el ser y el no ser, como la vida y la muerte de todas las cosas, es constitutiva del propio ser, que integra su negación en la misma afirmación del existir. La representación de la Nada y el vacío encuentra en los paisajes de este artista un lugar innombrado, en el que se hace perceptible su no determinación. La Nada está en el ser mismo, porque su existencia no puede disociarse del no-ser, de igual modo que la indeterminación es la posibilidad permanente de la determinación y el devenir de una alteridad específica, y por lo tanto sensible.

La contemplación de estos paisajes oscuros e impenetrables de Lee Jin Woo fomenta la meditación filosófica sobre el principio y el fin del mundo y del ser o Dasein y la Nada como constitutiva del ser mismo, cuya universalidad abarca todo lo que existe. La Nada es la posibilidad del ser. Ser para el mundo es ser para la Nada (Sein zum Ende und Sein zum Nichts) y ser para la muerte (Sein zum Tode). Entre los existencialismos en occidente, de Schopenhauer a Nietzsche, o de Sartre a Cioran, y las religiones y tradiciones filosóficas orientales como el budismo, el hinduismo –“el camino eterno”- el jainismo, el sijismo y el taoísmo, se dan múltiples conexiones haciendo indisociable la historia global del pensamiento. Las prescripciones que se derivan en términos generales de los sistemas de pensamiento respectivos asumen la existencia de un principio identificado con el vacío o la Nada en tanto que origen y fin del mundo. Es así como en cierto modo, Sartre une Ser y Tiempo, considerando que la universalidad del ser es alterada por las formas del tiempo para existir y mostrarse, haciéndose presentes a la percepción sensible, sin que aquel deje de representar la unidad de un Todo inconmensurable, sin principio ni fin.

Trabajando manualmente cada superficie, como si se tratara de construcciones metafísicas, Lee Jin Woo se dispone a este preguntarse incesante por el principio del mundo, que se asocia a su concepción. No facilita en ningún caso las respuestas a este ni a otros enigmas, pero nos aproxima a una visión interior del mundo que no cede a la inmediatez. Antes de emprender la elaboración de una obra, trata de concebir y organizar formas del pensar para a continuación dotarlas de una materialidad, cuya complejidad emana de sus rizomas. Tras superponer y prensar las capas de papel Hanji, para obtener un soporte resistente al asfaltado que siembra encima a modo de pintura, como una materia orgánica con vida propia, susceptible de transformarse y expandirse  aleatoriamente, el artista inaugura un proceso que simbólicamente invoca el desbroce, la demolición, la remoción, el extendido de cada capa de carbón y materiales afines, la humectación y la compactación hasta conseguir el perfilado y acabado de taludes y la explanación sobre la que se asienta el firme de cada terraplén. Como si se tratara de imitar los movimientos que preceden al origen del universo, pone orden en el caos introduciendo la noción de límite para dar forma a lo informe, al igual que imaginamos el mundo antes de que fuera mundo y tras el cataclismo cósmico en el que intervinieron el impacto constante de asteroides contra la tierra y la luna. Cada vez que emprende el proceso mencionado, Lee Jin Woo recorre todas sus fases incluyendo las voladuras, el derribo y la posterior construcción de las superficies, sobre el agujero negro coincidente con la imagen que nos hacemos del vacío.  La gran explosión conocida como el Bing Bang que da lugar al origen del universo, en constante expansión según las leyes de la física, se reproduce en la creación, tal como entiende el artista el ejercicio profesional de su vocación.

El tiempo y el espacio para la astrofísica moderna tienen un origen finito que se calcula en 13.800 millones de años, que sería la edad del universo, y el artista parece replicar esta expansión que se atribuye a la etapa en que se formaron los átomos y las nubes gigantes de estos elementos simples, que después dieron lugar a las estrellas y a las galaxias debido a los campos de gravitación que surgen paralelamente.  De esta manera, el artista aplica perseverante el carbón sobre el soporte indicado, como si se tratara de capas asfálticas que se superponen sin corregir las rugosidades del terreno, por cuanto son el acabado mismo, cuando su intención es la representación de paisajes imaginarios, que sólo existen al viajar del pensar al existir, y del ser para sí al ser mundo. En otro orden de cosas, el resultado recuerda la fuerza de la expresión que identifica el Tao con el camino, identificado también con la vía o flujo constante del ser al no ser, para poder llegar a ser de nuevo; y por lo tanto con el cambio, tal como se manifiesta en el orden natural en tanto que origen y fin de todo lo que existe. En cada uno de los paisajes terminados se puede escuchar el silencio telúrico que puebla estas construcciones nocturnas donde se representa una reflexión intemporal sobre el ser y el existir, y la circularidad que une el principio y el fin de todas las cosas.

La estratificación de estas pinturas bidimensionales y casi tridimensionales, tan poco convencionales, absorbe sustancialmente sueños, recuerdos y vivencias de una vida o de muchas vidas, de manera que las sucesivas construcciones se convierten en casi libros de relatos visuales, en los que nada se hace explícito, pero en los que se fuerza al espectador o al lector a recoger datos de la información que contienen las formas que se crean a raíz de los materiales empleados y del sistema de trabajo mediante el cual el artista desvela lentamente la intención que trasciende todas sus creaciones. Lee Jin Wo estudió Bellas Artes en la Universidad de Sejong (Corea) en 1983 y en la Universidad de París VIII en 1986. Actualmente, tiene su estudio en París, desde donde viaja periódicamente a Seúl en los últimos años. Su obra está presente en importantes colecciones de todo el mundo, con exposiciones individuales en Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Corea del Sur, China y Japón. Michel Soskine se lo ha descubierto al público español con esta exposición que no puede pasar desapercibida, por el interés que suscita la obra de este artista, hasta ahora un desconocido en nuestro país.

 

Lee Jin Woo 2018 - Untitled -Hanji paper and wood charcoal 81x118cms

Lee Jin Woo 2018 – Untitled -Hanji paper and wood charcoal 81x118cms

 

Lee Jin Woo 2018 - Untitled -Hanji paper and wood charcoal 58x118 cms.jpg

Lee Jin Woo 2018 – Untitled -Hanji paper and wood charcoal 58×118 cms

 

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Lee Jin Woo 2018 – Untitled -Hanji paper and wood charcoal 50,5×73,5

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